Estos días he recordado un tiempo en el cual, cada noche viajaba a Turquía, mí amigo Sol me esperaba en Ankara, y salíamos a pasear por sus calles, una noche pasamos por un bazar y vimos en el escaparate un pañuelo azul ribeteado en oro, Sol lo compró para mi, para cubrir mi cabeza cuando fuésemos a ver Kocatepe, fue una gozada andar descalza por la mezquita, sobre aquellas alfombras tan suaves y decoradas con motivos otomanos.

Otras veces íbamos a alguna teteria y hablábamos horas y horas frente a una taza de té (cai), y fumando narguilé.En Capadocia tomamos raki, allí conocí a Sukran, una amiga de Sol, él la describe diciendo: “es generosa hasta cuando recibe” y me contó que a Suk le encantan las cerezas.

En uno de mis últimos viajes Sol me hablo en tono melancolico,su estancia en Ankara estaba llegando al final, me dijo que aquella tierra y aquella gente tienen algo que te atrapa.

Sol volvió a su “campamento base”, así describió su hogar en España, pero su alma quedó atrapada en las calles de Ankara.