No debo ver la tele

No hay nada pero que el agobio y la depresión del rico. Influidos por esta debacle capitalista, se aferran a esta ideología. Ellos ganan menos y cuando todo el mundo está perdiendo, ellos se hacen ricos a un ritmo más lento. Acostumbrados a vivir pisando cabezas, gastando, teniendo, sobrando. Una vida rápida y sangrienta. Hinchándosele el orgullo a cada paso, a cada bocanada de aire.

Ahora que el falso vivir de la gente ha dejado de ser un bien común, ahora que los castillos en el aire son casas en ruinas, ahora que toda la mentira ha reventado. Estaba vacía. Una enorme bola mantenida por sueños fanáticos y egoístas, se ha vaciado. Estaba vacía. Sólo había silencio.

Y no es que sea una confabulación mía. Es que la televisión hace los mismos anuncios consumistas que antes hacía, sólo que la forma del mensaje ha cambiado: "compra este coche y se más poderoso", "compra este coche y se más ecológico". Sólo quieren que compres un coche. Lo demás les da igual.

Con todo lo que tienen pueden seguir vendiendo coches y mintiendo. Ahora ponen ellos el dinero. Todavía les sobra. La triste realidad es que el capitalismo es otra dictadura. Es otra forma de esclavizar, y como todas, acaricia a unos pocos y machaca a la mayoría.

Que queda de la inteligencia. Que queda del razonamiento. ¿Dónde vamos a llegar con esta locura? ¡Qué cojones tiene que pasar para pensar en el bien común! ¿Quién pensó en la diversidad como un intento fallido?

Todavía quedan rincones y gente. Todavía queda uno mismo. ¡Que se sienten en un banco! ¡Que pierdan la vista! ¡Que se pongan a pensar!