Cuando nada vale nada

Y sigo, desde la lejanía, los acontecimientos que suceden en la tierra lejana. Húmeda, por las incesantes lluvias que nos recuerdan que el invierno todavía tiene algo que decir. Hace tiempo que se nos muestran las consecuencias de la estupidez, de la decepcionante separación de nuestra naturaleza.
Y aquí, el el rincón de la luz y el frío, mientras llevo mi "shauní", espero a que las palabras y el humo me lleven a decir algo. Las persianas ya cerradas, las vistas del hotel quedan censuradas. Llevo todo el día viendo los mismos balcones, vacíos, expectantes, deseosos de que llegue el verano. Sol, agua, chicas,..., los hijos de puta me van a joder la tranquilidad. Borrachos que se mearan en mi puerta y tan a gusto vendrán a decirme que all inclusive es lo único que conocen cuando salen de su casa, cuando dejan de ser personas cívicas y falsas.

Hoy me he arruinado haciendo planes imposibles. Indeciso y cobarde. ¿Qué es lo que quiero? Ya no basta con soñar cuando otros lo hacen, ya no basta con meterme en su piel, caminar y estudiar, inmerso en un mundo de satisfacción. Todo eso no existe y como tal, debe desaparecer. Ganarse la satisfacción personal, sobreviviendo, cueste lo que cueste, caiga quien caiga.

Me importa un carajo que llueva o haga sol, que el frío me congele los huesos o que el maldito medio día me queme las venas. Me importa ya muy poco que mientras otros reman yo me quede en la orilla, viéndolas venir.

Hoy me voy del mundo, mañana volveré. Que se jodan buenos y malos. Que no existe otra cosa que las miserias de la gente, disfrazadas de buenas palabras. ¡Malditos mezquinos hijos de puta!
Aún estamos en el alba y el calendario pone a su antojo otro día, los relojes marcan otra hora y sigo escribiendo puñetazos en el aire.