Tanako

Los días transcurrían felices, Tanako se sentía muy vigoroso y radiante, Cada amanecer era un regalo, irradiaba placidez y prosperidad. Nada hacía suponer que al llegar el crepúsculo fuese una persona atormentada y desangelada, no tenía a nadie en quién apoyarse, a nadie en quién confiar sus sueños. La cama le resultaba tan fía, tan gélida. Tanto que acostumbraba a dormir en un viejo sofá junto a la chimenea, soñando con un día poder cortase las penas que poco a poco le inundaban.

Pero Tanako estaba entregado a sus semejantes, tenía la convicción de que si estaba rodeado de gente feliz él también lo sería, luchaba cada día por hacerse acreedor de la amistad de sus vecinos, de sus amigos y hasta de sus enemigos. Pero todo ocurría al revés de cómo lo imaginaba, cuanto más ayudaba a los demás, más se naufragaba entre miedos y temores. Cada día que pasaba, las noches eran más y más largas.

Tanako era fuerte, alto, de larga cabellera negra, casi es podría decir que de buena presencia. Pertenecía al grupo de personas de corazón bondadoso, de esas personas con un espíritu grande y compasivo. Ese tipo de personas que todos soñamos tener como amigos para siempre. Poseía una gran fortuna, tenía muchas tierras y una gran casa en el bosque, donde las gentes de los alrededores y de otras comarcas acudían a él en momentos de soledad o de nostalgia. Las mujeres sentían a gusto a su lado, ya que podían disponer de su corazón para buenos consejos y agradables conversaciones. Los hombres despechados le pedían su apoyo y su experiencia, y Tanako muy gustoso, no dudaba en entregárselo.

Así pasaban los días hasta que llegaba el verano, era la época que menos le gustaba, ya que todo el mundo salía hacia otros lugares los habitantes de la comarca salían en todas las direcciones buscado relajación y recreo. Era la época en el que se sentía mas solo, ya que él y su soledad se quedaban solos en la comarca

Daba largos paseos hasta más allá del anochecer buscando quién sabe qué. Tanako conocía a cada árbol, cada rincón del bosque, hablaba con las plantas y susurraba con el viento fresco de la noche, hasta que una noche encontró un rincón donde nunca había estado antes, había un pequeño estanque presidido por la luna, que se reflejaba de tal manera que parecía estar arreglándose delante de un espejo para salir.

Se tumbó en el césped y cerró los ojos. Sus sueños de soledad de borraban mientras del pecho le creía una flor. Al principio sintió miedo ya que la flor parecía hablarle, después de un rato, y más relajado, le contó todas sus penas a la flor y con perplejidad vio como la flor le sonreía al mismo tiempo que le acariciaba el rostro.

Tanako se quedó dormido en un profundo sueño y con una gran sonrisa en el rostro. Durmió como nunca antes lo había hecho hasta que los primeros rayos del sol le golpearon en la cara. Al principio, tuvo la sensación de estar perdido, pero enseguida recordó el estanque y la flor, pero allí no había nada, sólo árboles y algún que otro pájaro que daba la bienvenida al nuevo día.

Pensó que todo era producto de un sueño y volvió a casa. Al llegar a casa sintió algo raro, si bien todo estaba en su sitio, todo estaba como mas iluminado, era como si todas las cosas que le rodeaban fuesen mas radiantes, la luz que entraba por la ventana desprendían un color que nunca había apreciado, el verde de las plantas irradiaban un esplendor que le reflejaba en la cara. Recordó la flor que creció del pecho aquella noche, se levantó la camisa y por supuesto no tenía nada, bueno si, tenía una marca como de haber dormido encima de una rama.

Aquél día cambó su rutina, en vez de salir de noche a pasear, salió antes de que el sol se fuese, anduvo durante horas buscando el estanque, pero no encontró nada. Cuando se sintió rendido, se sentó en la cepa de un árbol y dejó a su imaginación que volase libre.

Se imaginó a sí mismo abrazado a aquella misteriosa flor, como si fuese su verdadero amor, se la imaginó abrazándole apasionadamente, besándole con entusiasmo y pasión junto al estanque y al reflejo de la luna. Hasta que cayó en un placentero sueño

Tanako se despertó de un sobresalto y allí estaba otra vez solo, todo había vuelto a ser un sueño, pero tan real que se sentía enamorado, sentía la alegría de haber encontrado un verdadero amor, un amor al que confiar sus pasiones y secretos, un amor con el que envejecer y aprender cada día, un amor con el que conversar y adorar a cada momento. Un amor que al respetar y admirar. Pero realmente no había nade, estaba sólo con sus recuerdos, que aunque buenos, era eso, simplemente recuerdos.

El verano transcurría y cada día acudía al mismo sitio, pero ya nada era como antes, no volvió a encontrar el estanque ni a la flor. Cada día se sentía más marchito, cada día se cuidaba menos, su barba, ya poblada, daba el aspecto de desaliñado de casi un ermitaño encerrado en una cueva esperando ese momento de lucidez para salir a la luz, pero ese día no llegaba, cada día se sentía mas atrapado en sí mismo, había creado un muro a su alrededor que era incapaz de franquear.

Pasaban los días en el bosque buscando y buscado, pero no hallaba mas que árboles y ramas que se iban secando ya que el otoño estaba próximo. Se alimentaba de bayas, y moras que crecían en las zarzas, algunas se le clavaban tan profundamente que sangraba dejando un reguero por el sendero que él había hecho de tanto pasar por el mismo sitio. Pero Tanako sólo se preocupaba de encontraba el estanque y allí a su amada flor

Se sentía cada vez mas desgraciado por no encontrarla, por no haberla cogido el primer día y haberla llevado consigo siempre, se maldecía una y mil veces, se auto castigaba sin comer y sin beber, Tanako, se pedía a si mismo explicaciones de qué es lo que había hecho para perderla pero no encontraba ninguna respuesta.

Un día, al anochecer, semidesnudo y sin aliento apenas, cayó inconsciente de desaliento estaba desnutrido y muerto de frío. Tenía espasmos y le temblaba todo el cuerpo, poco a poco fue cayendo en una especie de sueño, pero no era sueño, se estaba consumiendo.

Con los ojos cerrados sintió que alguien le arropaba, poco a poco iba recobrando el calor, sintió una agradable bebida que le mojaba los labios. Tanako fue recobrando el sentido. Pero al abrir los ojos vio un lugar que le resultaba familiar, era el estanque que tanto había estado buscando. Y allí a su lado estaba la flor que tanto amaba, ella le recogió y le dio su calor hasta recuperar de nuevo la conciencia.

No podía articular palabra, pero se sentía feliz, había logrado encontrarla. La miro fijamente y la pregunto que porqué había desaparecido, ella no le contestaba, sólo le esbozaba una sonreía.

Tanako se sintió dichoso, pero no sabía porque la flor le había abandonado. Y su felicidad se tornó en dudas y las dudas en miedo. Sentía la sospecha de volver a perderla así que la cogió y la arranco del suelo para llevarla siempre consigo.

Tanako volvió a casa después de mucho tiempo y allí estaba todo el mundo, felices porque él había vuelto, le echaban de menos, a él y a sus consejos, a sus experiencias y sus conversaciones.

Los días transcurrían con cierta monotonía, él seguía siendo el gran amigo de sus amigos y el gran consejero de sus enemigos. Se sentía el más dichoso de la comarca. Las noches, y después de mucho tiempo, volvió a dormir en una cama y a conciliar las noches para dormir y recuperar los días para vivir

Tanako estaba radiante llevaba a su flor consigo a todos los sitios. Pasaban los días pero algo terrible ocurrió, la flor, que había sido arrancada de su jardín, se marchitaba lentamente, veía como, entre sus manos la vida se le escapaba.

Trató de replantarla, pero nada, la flor perdía su esplendor a cada momento, hasta que un día quedó totalmente marchita. Entonces Tanako se dio cuenta de lo que había hecho había exterminado a su verdadero amor. El vacío se apoderó de su vida y no volvió a sonreír, guardó la flor muerta entre las páginas de un libro, esperando que al menos su recuerdo permaneciese vivo. Pero no fue posible, la desidia le invadió y ya nunca volvió a ser el mismo y es que demasiado amor te puede matar.

Volvió el verano y Tanako y su soledad volvieron a buscar el estanque, y después de días divagando a solas con su tristeza, encontró el lugar que había buscado. Se sentó y esperó.

Esperó noche tras noche, trascurrieron días y noches, pero allí no creció nunca más ninguna flor. Solo estaba el estanque, tan sereno como siempre, hasta que un día y bien entrada la noche vio a la luna reflejada en él. Se quedó mirando fijamente y la luna, que le contemplaba desde el principio le susurró. Por amor no se mata, le dijo, por amor se muere.

Entonces en ese momento, Tanako se convirtió en una flor y quedó a la espera de encontrar a alguien a quién amar. Se encontraba igual que al principio sólo que esta vez sin amigos.