Campanilla

- Hola Campanilla, ¿por qué estás tan callada?

- No estoy callada, Hermano Oso. Sólo estoy escuchando la libertad…

- ¿La libertad?

- Sí…

- ¿Y cómo es eso?

- Mira… Tan sólo escucha como murmuran los árboles, riéndonos de nosotros que creemos ser libres porque podemos caminar, movernos y volar. Escúchalos… Ellos son quienes realmente son libres. No nosotros.

- Pero entonces no escuchas la libertad, Campanilla, escuchas el murmullo de los árboles.

- No, escucha más atentamente todavía, y podrás oír a Libertad susurrarles al oído a los árboles que no digan nada. Que nos dejen con la ilusión de ser libres.

- ¡Tienes razón Campanilla, puedo oírla! ¡Puedo oír la libertad!

- Suficiente, Hermano Oso, no la sigas escuchando…

- Pero, siempre quise ser libre. ¡Quiero saber más sobre ella!

- Espera Campanilla, sólo un minuto más. Quiero saber qué dice la libertad sobre nosotros…



- ¿Oíste lo mismo que yo, Campanilla?

- Sí, ya lo había oído antes. Y no quise derrumbar tu ilusión. ¡Ay, hermano Oso! ¿Cuándo aprenderás que la libertad no existe?

- ¿Cómo? ¿Pero entonces que escuchabas?

- No era Libertad. Libertad no existe. Sólo es una ilusión, de la que vivimos aferrados. Y esa ilusión nos mantiene siempre pendientes de ella, y así es como desaparece Libertad.

- Campanilla, me estás mareando…

- Quien te crees que se llama Libertad, en realidad se llama Condena. Y es la condena a ser preso de ella…

-La condena nos hace creer que somos libres, creer que decidimos nuestros actos, cuando realmente, nos pasamos la vida encadenados a un trabajo, a una hipoteca, a horarios impuestos, a comprar lo que nos anuncian y no lo que necesitamos.

-Hermano Oso, creemos que somos libres, pero en realidad, estamos condenados. Condenados a vivir en una falsa libertad.