Veinticinco de marzo de dos mil diez. Hoy es un gran día que por siempre quedará marcado en el calendario de mi memoria. Hoy he salido triunfante en la eterna batalla que cada ser mantiene con sus propios temores, o al menos con uno de ellos.
Temores, inseguridades… se presentan en tu vida de improvisto, sin avisar. Puede ser que un pequeño accidente en el jardín derive en una aracnofobia. Hay gente que, ante una alopecia galopante, intenta (sin mucho éxito por lo general) cubrir la vergüenza de su desnudez con un ridículo bisoñé o el castizo peinado en cortinilla. Otros sienten pavor ante la idea de hablar en público. Otros, miedo a los enfrentamientos. Y, por lo general, todos morimos con algún temor inconsciente por vencer.
Pero yo puedo tachar uno de mi lista ¡ja!
-Creí que no volvería a verte por aquí, chaval. Pero veo que tienes cojones.
Mi corazón a mil, como el motor de un fórmula uno. Respiré hondo, como si fuera la última vez que lo hiciera en mi vida, y las palabras brotaron de mi boca sin control:
-Esta vez soy yo quien te va a joder a ti-. Y cerré con un sonoro portazo.
Tras veinte minutos abandoné aquel lugar con la seguridad de que mi vida había cambiado por completo. Nada volvería a ser lo mismo. Por fin he conseguido cagar en los baños de la facultad.
Temores, inseguridades… se presentan en tu vida de improvisto, sin avisar. Puede ser que un pequeño accidente en el jardín derive en una aracnofobia. Hay gente que, ante una alopecia galopante, intenta (sin mucho éxito por lo general) cubrir la vergüenza de su desnudez con un ridículo bisoñé o el castizo peinado en cortinilla. Otros sienten pavor ante la idea de hablar en público. Otros, miedo a los enfrentamientos. Y, por lo general, todos morimos con algún temor inconsciente por vencer.
Pero yo puedo tachar uno de mi lista ¡ja!
¿Conocéis esa sensación de miedo que te recorre el cuerpo mientras te repites “esto me va salir muy caro”? Quien conoce sus temores y se enfrenta a alguno de ellos, lo sabe. Yo no paraba de repetírmelo una y otra vez mientras avanzaba por el pasillo hacia su despacho –esto me va a salir muy caro, esto me va a salir muy caro... En un par de ocasiones tuve la tentación de dar la vuelta y retroceder sobre mis pasos. Pero no, esta vez era la buena... Y esa cara. Ya había visto esa cara en varias ocasiones: pálida, imperturbable pero sonriente, segura de ganarme todas las partidas. Aunque sabía perfectamente lo que me esperaba al otro lado de la puerta, mi cuerpo se movía como guiado por esa frágil inercia que balancea la hoja mientras cae hacia un destino incierto. Afronto la maldita puerta. Mi mano temblorosa la descorre y ahí está él: pálido, sonriente e imperturbable.
-Creí que no volvería a verte por aquí, chaval. Pero veo que tienes cojones.
Mi corazón a mil, como el motor de un fórmula uno. Respiré hondo, como si fuera la última vez que lo hiciera en mi vida, y las palabras brotaron de mi boca sin control:
-Esta vez soy yo quien te va a joder a ti-. Y cerré con un sonoro portazo.
Tras veinte minutos abandoné aquel lugar con la seguridad de que mi vida había cambiado por completo. Nada volvería a ser lo mismo. Por fin he conseguido cagar en los baños de la facultad.