Ayer tomé una decisión. Una patada a los sueños para colocarlos en su sitio. Una visión más real, más racional, menos quimérica. Sin apartar del todo la visión poética de la vida. La persecución de los sueños es un camino con etapas. A veces parece inalcanzable, otras, si embargo, parece que lo tienes en las manos. Un acoso y derribo constante.
Los sueños deben adquirir una forma real o acaban por desquiciar. Deben ser posibles, deben ser luchados. Sudados y llorados. En un esfuerzo real. Una satisfacción personal. Los sueños no pueden alimentarse del vacío. Las reglas no serían justas.
Abandono esta batalla. La guerra debe continuar. No me olvidaré de por qué perdí, como cedí ante los pasos de la cruda realidad. Ahora, abatido y extrañamente contento, parece que sale el Sol. Quizás sólo sea mi sonrisa. Cargada de vejez y sabiduría, pensada en la venganza.
Me desperté temprano. Me abandoné a un rinconcito de la isla. No me gustó lo que decían mis escritos que debía gustarme. Soñé dentro de mi sueño.
Todo aquello que interpreté como cierto, no lo era. ¿Y por qué no? Siendo tan parecido a lo que una y otra vez aparece en mis pensamientos. Y ahora que es real, sé que no es eso. Por eso esta batalla está perdida. Luchaba contra un enemigo equivocado.
Es hora de organizar las ideas. Cada cosa a su sitio y los sueños que me sigan enseñando. Alguna vez descubriré el camino.
Ato mis zapatillas, me miro al espejo, hoy no iré con sombrero. Ese taxi que lleva días esperándome hará su carrera.
Me quedo con lo aprendido. Valiosa lección para llevarme a la cama. No es tan complicado equivocarse y es satisfactorio saber que así era. Coger el bus y cambiarse de parada. La mochila la tengo cargada. Con alguno de los sueños encontraré la siguiente pieza de mi todavía incompleta cara.